El blog de la Biblioteca del IES Rodrigo Caro de Coria del Río

martes, 17 de abril de 2018

Cine-club del Rodrigo Caro: Rashômon (1951) de Akira Kurosawa

Autor: Eduardo González

El jueves 20 de marzo celebramos una nueva sesión del cineclub del IES Rodrigo Caro. En esta ocasión asistimos a la proyección de Rashômon, film del año 1951. Su director, Akira Kurosawa, durante mucho tiempo ha sido considerado en occidente el maestro del cine japonés. Kurosawa (1910-1998) representó no sólo la figura del cineasta más reconocido por el público – mucho tiempo, el único conocido- y la crítica occidental, sino una fuente de inspiración frecuente para cineastas estadounidenses, europeos o de otras culturas. Sus técnicas narrativas (como el efecto llamado “Rashômon” por la película que nos ocupa), escenas completas o películas enteras como Los Siete magníficos o Por un puñado de dólares están inspiradas en su filmografía. En 1990 recibió un Oscar honorífico por su carrera.


“Es humano mentir. La mayoría del tiempo somos incapaces de ser sinceros ni siquiera con nosotros mismos”

Rashômon se estrenó en 1951 y se filmó en blanco y negro. Está protagonizada por Toshiro Mifune, seguramente el único actor japonés de cierto reconocimiento en aquella época en occidente, Machiko Kyo, Masayuki Muri y Takashi Shimura. Para muchos representa una muestra de cine judicial, aunque hay que decir en un sentido muy diferente al que se estila en las películas de Hollywood con jurados impresionables por brillantes abogados defensores o fiscales defensores de la Verdad.
Muy al contrario, Rashômon cuenta las historias –no la única historia posible- de un delito: la violación de una mujer y el asesinato de su marido, un samurái, que viajan juntos cruzando un bosque del Japón medieval. Habría que decir “presuntos delitos”, puesto que la trama de la película se ocupa precisamente de cómo cuatro testimonios distintos pueden ofrecer versiones extremadamente diferentes de unos mismos acontecimientos. En las ruinas de la Puerta de Rashômon, tres hombres se resguardan de una tormenta y a lo largo de la película van ofreciendo al espectador tres versiones diferentes del presunto crimen, en dos de los casos basándose en las declaraciones oídas en la vista pública a los implicados: el presunto culpable y la mujer violada, además de –sorprendentemente para la mente racional de un europeo que espera otra cosa de una película realista como ésta- la del propio asesinado a través de una médium. En el otro caso, el testigo es directo y aporta datos presenciados por él. En la suma de todas las versiones, las historias resultantes se nos muestran muy diferentes y en muchos detalles incluso incompatibles. De todo ello resulta una visión interesantísima y compleja de unos hechos que, por otro lado, no contendrían demasiada materia narrativa por sí mismos. El final aporta una sorprendente interpretación del director llena de compasión y comprensión por la frágil humanidad de los personajes.
El director compone una obra arriesgada y valiente tanto por la forma en que narra los acontecimientos como por el profundo tema que plantea. El guión aborda el problema de la verdad de una manera aparentemente sencilla y modesta, sin ninguna pretenciosidad metafísica o sin ayuda de ningún artificio técnico. La película es relato en estado puro: unos tipos nos cuentan sus historias de forma simple y de forma aparentemente veraz. El relato –los relatos- nos atrapan y como espectadores terminamos componiendo nuestra propia visión de los hechos, que no está por encima de la que tienen sus propios protagonistas, pero tampoco por debajo.
En un momento determinado, uno de los personajes afirma: “Es humano mentir. La mayoría del tiempo, somos incapaces de ser sinceros ni siquiera con nosotros mismos”. Ni los tres hombres ni nosotros sabemos más de lo que se cuenta. Tampoco ninguno de nosotros en la vida real parecemos saber más de lo que los diferentes relatos de la realidad nos cuentan, parece decirnos el director. Nada de esto resta horror ante el crimen, ausencia de culpabilidad o deseos de reparar la injusticia cometida. Simplemente se trata de asumir el carácter fragmentario de nuestras visiones de los hechos. También de la posibilidad de que esos puntos de vista sean usados con interés particular por parte de los implicados. Sólo una reconstrucción inteligente puede ofrecer al espectador una interpretación lo más objetiva posible. Como también oímos en la película, “al final, no puedes entender las cosas que hacen los hombres”. Lo que no quita para que no podamos dejar de intentarlo. Al menos, cuando vemos o leemos una historia no podemos dejar de hacerlo.


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